jueves, 13 de diciembre de 2018

"En el cine colombiano se pone en escena una memoria lastimada y un sujeto traumatizado"

Pájaros de verano, de Cristina Gallego y Ciro Guerra, se presenta hoy viernes 14 en el Festival de Cine Colombiano de Barcelona. Con ese motivo, El Periódico de Cataluña trae un artículo sobre la representación del narcotráfico en el cine colombiano y la extracción de los temas y personajes del mundo del narco en la industria audiovisual transnacional. El autor del texto, el periodista Mauricio Bernal, me hizo para ese fin la siguiente entrevista sobre el cine colombiano y su vínculo con hechos sociales y políticos. Aquí va su transcripción completa:


El Laberinto, de Laura Huertas Millán. Otra mirada sobre el narcotráfico en Colombia, que cuestiona la espectacularización de la violencia como representación dominante. Hasta febrero se puede ver en la exposición "Bordes de la cotidianidad" de El Parqueadero del Museo de Arte Miguel Urrutia de Bogotá.


MAURICIO BERNAL: En el cartel del festival (http://diasporabarcelona.com/2018/) hay películas como Pájaros de verano, Paraíso Travel, Satanás y La virgen de los sicarios. Todas son un espejo de la realidad. ¿Se puede decir que el cine colombiano de las últimas, pongamos, dos décadas, demuestra un especial apego por la realidad?
PEDRO ADRIÁN ZULUAGA: Empezaría por discutir la presunción de que las películas son un espejo de la realidad pues es algo que me parece limitado para entender la manera compleja como el arte se relaciona con hechos sociales y/o políticos de un país o un momento histórico. El arte en general, y en este caso las películas, presentan una visión y un relato, específico y limitado, sobre la realidad. El cine colombiano de las últimas décadas, en efecto, ha construido un vínculo estrecho con asuntos como el conflicto armado, la inequidad social o la pobreza. Pero las películas, y mucho menos las de ficción, no son textos periodísticos que se ajusten a los hechos reales; por el contrario los transforman e interpretan. Me parece más interesante ver el conjunto del cine colombiano reciente como un producto de otra cosa más resbaladiza, más difícil de atrapar. A eso lo llamaría una psique colectiva que el cine expresa de manera extraordinaria porque a su vez es una de los lenguajes artísticos menos individuales que existen. Y esa psique colectiva que se revela a través de las películas sí puede ser estudiada o analizada. Desde esa interpretación veo gestos que se repiten, aproximaciones que coinciden y una cierta idea de país. Veo duelos mal resueltos, pesimismo, melancolía. Un estado de parálisis y dificultad para imaginar el futuro. ¿Podría ser distinto tras tantos años de guerra? Ahora hay un acuerdo de paz que está siendo maltratado e irrespetado de muchas maneras y un gobierno cínicamente decidido a enterrar lo público. No sé cómo vaya a reaccionar el cine de los próximos años; quizá afirmando utopías escapistas y privadas, o tal vez ayudando a configurar nuevas formas de comunidad y resistencia. No lo veo claro, pues el propio cine se realiza, mayormente, dentro de una estructura jerárquica, competitiva y capitalista.

El conflicto armado ha sido abundantemente representado en el cine. ¿Crees que es inevitable que un país desgarrado encuentre en el arte un camino para explicarse a sí mismo? ¿Lo ha encontrado Colombia en el cine colombiano?
No sé si explicarse es la palabra adecuada. En el cine colombiano se pone en escena una memoria lastimada y un sujeto traumatizado. Pero esa puesta en escena se da de muchas maneras porque también hay que entender que la guerra lo toca todo, desde el espacio más público hasta el más privado, determina los miedos que tenemos como sujetos, las nociones de cercanía y distancia social. A pesar de lo largo que fue el conflicto y de las muchas películas que se han hecho sobre él, no entendemos por ejemplo quién es o fue el guerrillero, quién fue el comunista. Tampoco en qué se sostiene, en términos psico-sociales, un pensamiento de derecha. Después de una guerra, o más bien, dentro de una guerra, suele prevalecer una narrativa melodramática de buenos y malos. He escrito sobre esa dificultad, aquí te dejo el link.

https://razonpublica.com/index.php/cultura/10366-la-guerrilla-en-el-cine-colombiano-una-tradici%C3%B3n-ausente.html


¿Ha sido acertada la manera en que los directores han conciliado el afán de espectáculo con la necesidad de trasladar una reflexión sobre la realidad, de mostrar la dura realidad colombiana?
Habría que ver cada caso. Personajes y temas como los sicarios o el narcotráfico, sí que se volvieron espectáculo en algunas películas: Rosario Tijeras, El cartel de los sapos, la serie Narcos, entre muchas otras. Otros aspectos de la realidad nacional también se han carnavalizado. Pájaros de verano, sin ir muy lejos, musealiza a los wayuu convirtiéndolos en objetos pasivos de una práctica etnográfica anticuada e inserta las particularidades de su cultura en unos códigos transnacionales  (el género gangsteril, por ejemplo). También ha habido mucho espectáculo de la marginalidad y la pobreza, o una esencialización de las víctimas como el caso del documental Ciro y yo. Pero hay otras aproximaciones, un cine donde estos temas y personajes, heredados del narcotráfico, se abordan desde perspectivas más distanciadas o críticas, aunque lamentablemente es un cine menos conocido (porque se manifiesta en formatos menos espectaculares) como los cortometrajes de  Camilo Restrepo y Laura Huertas Millán, ambos cineastas colombianos que viven y trabajan en Francia. O el cine de Óscar Campo.


El proyecto del Diablo, de Óscar Campo. Un documental que se puede ver en Vimeo, construye un dispositivo reflexivo para acercarse a los efectos del narcotráfico en la psique individual y colectiva.

Y para acabar: ¿podrías mencionar cinco películas imprescindibles para entender la sociedad colombiana?
No, quien quiera entender la realidad colombiano no puede pretender hacerlo a través del cine. Que estudien, vengan y conozcan. El cine no es un medio para ilustrar o explicar nada, si acaso sirve para generar empatía hacia personajes y realidades, compasión, conciencia crítica. Lo demás lo convierte en un sirviente del poder.

El artículo publicado en El Periódico se puede leer aquí:

https://www.elperiodico.com/es/ocio-y-cultura/20181213/narco-colombiano-mas-alla-de-narcos-cine-muestra-fenomeno-narcotrafico-complejidad-7201087

Ver El proyecto del Diablo:


https://vimeo.com/43887253



jueves, 15 de noviembre de 2018

My Way or the Highway de Silvia Lorenzini: El último viaje


Por Juan David Correa*

My Way or The Highway, de Silvia Lorenzini

Una de las imágenes de My Way or the Highway muestra un inconmovible lago en Ushuaia durante algunos segundos que parecen infinitos. Contemplando esa quietud caí en cuenta –quizá tarde– de cómo el primer documental de Silvia Lorenzini está construido sobre una idea que encuentro notable: el paisaje no está allí para adornar el viaje en motocicleta que hace ella con su padre desde Colombia hasta el sur del continente, sino para mostrarnos la mirada de la directora sobre las etapas de ese periplo de tres meses. Por eso la presencia de Silvia en los planos es incidental, no muy frecuente, y casi siempre a través de materiales diversos como fotografías, pietajes antiguos, o momentos en los cuales ubica la cámara en espacios cerrados en los que descansan tras las largas jornadas.

En algún año de la década de los años setenta el italiano Giorgio Lorenzini vino a dar a Colombia para trabajar en la fábrica de dulces de un familiar y en este país encontró el amor. Leonor Alonso, se llamaba la hermosa y jovencísima mujer por la que este italiano, heredero de una familia de viajantes genoveses, decidió irse a prestar el servicio militar obligatorio en Italia, con la promesa de regresar. El pacto amoroso, por supuesto, se iría cumpliendo en esos dos años de servicio a través de sentidas cartas –que aparecen aquí y allá a lo largo del documental y de fotos que guardaron para siempre el recuerdo de esos días que parecían felices. El tiempo guardó, también, y tras el regreso de Giorgio al país, dos hijos, una serie de pietajes de una cámara súper ocho, y de un par de programas de televisión de los años ochenta, que cuenta la épica de una familia que creció asumiendo que la vida misma era una aventura.

Giorgio, como buen heredero de navegantes, llegó a Colombia y comenzó a soñar con hacerse a la mar. Tras la boda, la pareja pasó dos años en Guayaquil, y al regresar a Bogotá comenzó a construir vehículos acuáticos primero para lagunas y lagos andinos, y después para el mar, que algún día conquistaría.

Más allá del conmovedor argumento, que Lorenzini y su montajista lograron editar creando una afortunada gramática, hay muchos asuntos que quedan tras ver la escueta y maravillosa épica de un padre y una hija haciendo juntos un viaje en motocicleta de 17.000 kilómetros. El primero, y más evidente, es la manera en que las relaciones filiales han comenzado a revelarse y rebelarse en el cine documental de Colombia: de Todo comenzó por el fin a Amazona pasando por Ciro y yo, y Pizarro, por nombrar solo algunos hitos de nuestra cinematografía reciente. En este caso particular como un diálogo que no termina de funcionar, como una conversación hecha de retazos y silencios, como una imposibilidad de nombrar el dolor y la belleza del pasado.

Lo segundo es cómo la directora fue capaz de emprender la aventura con la consciencia de que más allá del resultado lo importante era el proceso y en ese devenir, la documentación íntima, aburrida, desesperante, feliz y amarga; las conversaciones improbables con un padre que, con el paso del tiempo se fue convirtiendo en un hombre ensimismado y distante, a quien le cuesta poner en cuestión sus sentimientos. Al hacerlo, cuando por fin el viaje cobra sentido, tal como ocurre con todos los viajes, descubrimos que esa coraza ha ido haciéndose sólida por las heridas de una vida que no termina de describirse pero cuyas fisuras se asoman tras decenas de gestos. Así, la película de Lorenzini nos lanza cientos de preguntas que nos hacemos a diario: ¿de qué están hechas las relaciones humanas? ¿Dónde queda lo que omitimos de las historias que contamos? ¿Hasta dónde somos capaces de llegar para encontrar respuestas que, de alguna manera, ya sabemos?

El viaje de esta hija y este padre, de su ternura y dureza, resultan kilómetro a kilómetro; paisaje tras paisaje; fotografía tras fotografía en una pieza delicada, sin voces en off, apenas con trazos de textos, que esbozan cómo toda vida es un camino que nadie antes ha recorrido.

Ver trailer:


*Periodista y editor.